DISCUSIONES FRENTE A LOS HIJOS

Por: NILTON ROGER MAS ROJAS
Educador

Las discusiones forman parte de la vida de las personas. Discute la esposa con el esposo, el cliente con el dueño, el vecino con la vecina y el político con el religioso. Discutir es algo inevitable y hasta natural. Cuando dos o más personas tienen proyectos comunes, deben tomar decisiones trascendentales  en todo momento; y se hace inevitable las discusiones, ya sean laborales, económicas, educativas o familiares producto de las diferencias de criterio que cada uno posee.

En la familia ni qué hablar. Pero, lo que realmente daña la relación y la estabilidad emocional, no es el conflicto en sí, sino el mal manejo que hacemos de él. Discutir es necesario para que la pareja llegue a acuerdos, pero hacerlo delante de los hijos, no es nada bueno ni provechoso. Les causa angustia y hasta frustración.

Los esposos tienen que entender que discutir delante de ellos es involucrarlos en sus problemas; y tratar que los hijos tomen una posición favorable a uno de ellos, es negarle el cariño del otro, pues ellos aman a ambos y necesitan de los dos.

Un estudiante que vive en ese ambiente de discordia y conflicto está condicionado hacia un futuro de inestabilidad y ensimismamiento: No participa en clase, se muestra sumiso, no logra integrarse con sus compañeros y no goza a la hora del recreo. Las riñas, peleas y malos tratos de sus padres, le impiden alcanzar la confianza básica necesaria que se requiere en la escuela y en la sociedad.

Recuerde que el niño asimila de sus padres el estilo afectivo y su comportamiento, pues no sólo aprenden de los consejos, sino, sobre todo, de sus emociones, su templanza y serenidad.

¿Qué hacer entonces? Aprenda a ceder. Tenga en cuenta que los desacuerdos no son problemas, sino oportunidades para fortalecer la convivencia familiar. Es difícil, pero tenemos que aprender a discutir las diferencias, con serenidad, lejos de los niños, buscando pactos equitativos. Es necesario que cada uno ceda un poco en sus posiciones para llegar a una sola, que será diferente de las dos, pero será la posición común, la que conviene a ambos; y por supuesto, a los hijos.

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